Conocí a Diego Garzón Camargo cuando cursaba el quinto año en la escuela primaria “Carmen Serdán” de la comunidad de San José Xacxamayo, perteneciente al municipio de Puebla.
Diego, bien puede ser la historia representativa de cualquier niño que haya nacido en una comunidad marginada, que no cuenta con servicios básicos de subsistencia, y en la que la raquítica economía del lugar se ciñe a la fuerza de trabajo de los hombres, que deben desplazarse todos los días a las poblaciones cercanas para trabajar como albañiles. La vida para estos chiquitos se encuentra destinada a formar familias a muy temprana edad, pues los programas sociales tienen la “bondad” de apoyar la marginación en cualquiera de sus variantes.
Diego realizó sus estudios inserto en el sistema educativo de educación pública. Los escenarios de: ausentismo de maestros, falta de formación docente, escaso o nulo compromiso vocacional, contenidos obsoletos en los libros de texto, etc., habían logrado convencer a Diego, que su vida debería encauzarse como la de cualquier hombre de su comunidad.
Durante su paso por el bachillerato, decidió que estudiaría una carrera universitaria. Buscó el apoyo de Fundación ¿Sabías que…? IBP para beneficiarse con uno de sus programas y se logró matricular en la Ingeniería de Software en la Universidad Madero, llevando como estandarte un promedio general de 8.4, pero sólo permaneció en ella durante un semestre. La Universidad lo dio de baja, pese al esfuerzo de Diego por intentar colocarse en el nivel de conocimiento que su carrera exigía.
Diego, a sus 18 años, no podía realizar operaciones aritméticas básicas, ni comprender el contenido de una sencilla lectura. El haber convivido con estudiantes “de la ciudad” durante ese semestre, observar su comportamiento y la forma en que se relacionaban con sus profesores, hizo que comenzara a cuestionarse las razones por las que él no contaba con esas habilidades, conocimientos y aptitudes académicas. Recordó los días aburridos y monótonos, atrapado en los muros de las escuelas de Xacxamayo, la apatía de sus maestros, y el poco apoyo que, por razones obvias, podía recibir de una madre soltera que debe enfrentar por sí misma el sustento de ella y de sus 6 hijos.
Diego está por comenzar a estudiar, nuevamente, la carrera que truncó. Contará con la beca que le otorga Síntesis, pues logró aprobar el examen de admisión y se siente mucho más seguro para llegar a la meta. Lo hizo, después de haber estudiado un año en una franquicia de Kumon, que pudo costear gracias al apoyo de la maestra Mavi, su directora, y la fundación.
Diego pertenece al enorme porcentaje de estudiantes que cuentan con certificados de estudio vacíos, simples papeles, lindos sellos y nulo contenido.
¿Cuántos jóvenes, en las circunstancias de Diego, cuentan con el apoyo, de al menos cuatro instituciones de la iniciativa privada, para lograr iniciar una carrera universitaria?
¿Habrá alguna relación entre la educación pública, Elba Esther Gordillo, la CNTE, el SNTE, las diferentes secciones y el resultado educativo en este país, en el que las cifras exponen que 6 de cada 10 niños no pueden hacer sumas ni restas al salir de la primaria?
* Texto publicado en la columna «Cuestiones domingueras» el día 02 de diciembre en el periódico Síntesis.